La diversidad de la que venimos hablando, puede registrarse o no. Pero aún siendo registrada y reconocida pueden suscitarse dos actitudes notablemente enfrentadas. Por un lado tenemos una actitud negativa ante la diversidad cuando se percibe al OTRO o a los OTROS diversos pero inferiores a mí o al modelo deseable, descalificándolos e inhabilitándolos por ser distintos.
“El prototipo escolar lo constituye el varón, blanco, sano, inteligente, autóctono (en nuestro caso latinoamericano diríamos europeo), creyente, payo, vidente ágil, oyente, castellano parlante... los demás son anormales.”[1]
”A menudo se acusa con razón a los sistemas educativos formales de limitar el pleno desarrollo personal al imponer a todos los niños el mismo molde cultural e intelectual...”[2]
Bajo esta postura subyacen elementos de índole etnocentrista que se activan mediante la supervaloración de lo propio (o de lo deseablemente propio) en detrimento de lo ajeno. Aparecen así estereotipos, rotulaciones que marcan y establecen una diferencia descalificante hacia el otro, sirviendo esto para:
*defender mi lugar en la sociedad (lugar de superioridad) y
* justificar mi accionar discriminatorio.
“Los estereotipos suponen una forma de economía y simplificación en la percepción de la realidad, ya que permiten reducir su complejidad a través de la categorización.”[3]
En contextos de aula, no es infrecuente asistir a discursos donde se emplean rótulos despectivos para referirse al diferente o a los diferentes: el raro, el lento, el sabelotodo, el sordo, el negro, el pobre, el que tienen matrícula especial, el discapacitado, el rebelde, el chino, el que tiene muchos problemas, el de mala conducta, el vago, el que está siempre en otro mundo, etc. En definitiva estas categorías entran en acción casi inconscientemente, partiendo de cualquier actor escolar, poniendo de manifiesto la exageración negativa de la diferencia, de lo que se sale de los límites (por cierto bastante estrechos) del prototipo pretendido, e implicando un encasillamiento irreversible.Todo ello se conecta con la instalación conductas prejuiciosas, de desagregación o separación, de marginación, exclusión o discriminación; con las cuales se procede al exterminio o anulación del “otro”.
[1] Miguel A. Santos Guerra. LA ESTRATEGIA DEL CABALLO Y OTRAS FÁBULAS PARA TRABAJAR EN EL AULA. Ed. HomoSapiens. Rosario, 2006. Pág. 118
[2] Jacques Delors. LA EDUCACIÓN ENCIERRA UN TESORO. Ed. Santillana. Bs. As., 1996. Pág. 59
[3] Morales y Moya. PSICOLOGÍA SOCIAL. Madrid, 1995. Pág. 291
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